El
análisis del discurso verbal se
satisface, tanto desde el enfoque
sintáctico como desde el semántico,
utilizando con toda naturalidad
categorías y operaciones
metalingüísticas (por ejemplo, entre
otras, el análisis gramatical y las
definiciones contextuales). O sea, se
considera a la palabra como instrumento
adecuado para el análisis de la palabra.
Se opta por una perspectiva
metalingüística o metadiscursiva,
dejándose de lado el recurso a cualquier
otro discurso exterior (ver Desclès,
J.P. y Z.G. Desclès, 1977: 2), por
considerar que este último aportaría al
análisis categorías y operaciones
ajenas a lo verbal y, por tanto,
perturbadoras y distorsionadoras del
objetivo analítico consistente en
describir y explicar su funcionamiento
específico.
No
obstante, cuando se efectúa el análisis
de las imágenes gráficas, el
instrumento habitual es el lenguaje
verbal. O sea, un discurso exterior que
trasplanta conceptos teóricos y
relaciones composicionales que sólo de
modo metafórico son aplicables a la
semiótica visual específica de la
imagen gráfica. En el comienzo
histórico de una disciplina, cabe esta
utilización metafórica de términos
procedentes de otras disciplinas
relativamente afines y más
desarrolladas, por la potencia
heurística que puede proporcionar a la
consolidación del nuevo campo teórico
(Boyd, R., 1979: 357). Es lo que viene
ocurriendo, en el caso de la imagen
gráfica, con expresiones como:
gramática de la imagen,
sintaxis visual,
grafemas, etc. En otros
casos, son términos y expresiones que
requieren una reflexión más profunda
para determinar su pertinencia en una
semiótica de la imagen, como:
significado de la imagen
(¿las imágenes significan?),
pensamiento visual (¿existe
un pensamiento construido con imágenes y
qué proximidad o distancia tendría con
la mente visual, la imaginación, la
imaginería o el conocimiento producido
mediante imágenes, si es que es
admisible, y postulo que sí, tal
conocimiento?), tipos
visuales (¿las unidades
disponibles en el repertorio mnemónico
tienen las características que se
requieren para poder denominarlas
tipos o se trata más bien de
atractores o imágenes dinámicas y con
qué capacidad y límite a tal
variabilidad?). Los estudios acerca de la
imagen tienen ya una historia y una
abundacia documental que permiten
plantear la necesidad de disponer, no
sólo de una terminología propia sino,
sobre todo, de la consiguiente
especificidad en la caracterización de
las operaciones visuales que le son
pertinentes. O sea, que se hace necesario
disponer de una metasemiótica que
utilice los recursos propios de la
imaginería2
para dar cuenta de los distintos aspectos
inherentes al estudio de la imagen.
¿Por
qué, entonces, este mismo texto verbal
que estoy escribiendo acerca de la
problemática de la imagen? Porque este
texto, por el momento, no está
analizando imágenes, sino planteando un
tema, de cierto alcance epistemológico,
acerca de la representación de nuestro
conocimiento de las imágenes, lo que
pertenece específicamente al ámbito de
eficacia del discurso verbal. También,
porque una comunicación impresa que
ofreciese inmediata y exclusivamente
imágenes, la mostración de su eventual
descomposición y recomposición en otras
consiguientes imágenes, carecería de
los antecedentes indispensables para que
el perceptor pudiese comprender lo que se
le estaba proponiendo. Pero llegará el
momento en que así se expongan las
operaciones inherentes a una
metasemiótica visual.
2. Operaciones
fundamentales de una metasemiótica de la
imagen visual
En un análisis
metasemiótico de la imagen visual
confluyen tres operaciones fundamentales
que pueden designarse como
identificación,
reconocimiento e
interpretación. La
descripción verbal de estas operaciones,
tal como aquí las enuncio, tratará de
ser una traducción, lo menos
distorsionante posible, de lo que se
efectúa, gráficamente, en su
producción y, visualmente, en su
percepción. La exposición de cada una
de tales operaciones requiere un orden
secuencial (inherente al discurso
verbal), pero conviene tener en cuenta
que, tanto gráfica como visualmente,
ocurren en paralelo: su procesamiento
cerebral/mental3
es simultáneo y se cumple en un tempus
que, provisionalmente, puede inscribirse
en la instantaneidad.
Entiendo
por identificación, en este trabajo, la
operación perceptual de registro de las
marcas componentes de una imagen. El
término marca ha sido
utilizado por el Grupo ? (1992: 151) y lo
tomo en un sentido muy próximo al que le
otorgan estos autores.
Habría
dos modos de lograr esta identificación.
Uno es deductivo y consiste en establecer
un paradigma de determinadas formas
primarias elementales con las que podría
componerse o descomponerse cualquier
imagen visual; tal es la propuesta de los
geones de Biederman (Biederman, I., 1987;
1993: 12ss) o del esquema codon propuesto
por Hoffman y Richards (citado en Ullman,
S., 1996: 27). Otro es inductivo y
consiste en identificar, en una imagen
determinada, la marca máxima que
todavía no es representativa o sea que
no activa ningún atractor4 . El
conjunto de estas marcas, tal que agota
la imagen visual en estudio, constituye
el repertorio virtual de las marcas
utilizado por el productor de dicha
imagen e identificado (a nivel
subsemiótico, en cuanto no actualizado
conscientemente pero con efectiva entrada
de información a la red neuronal) por el
eventual perceptor. Asumo este modo
inductivo, coherente con mi opción
(justificada en otro trabajo: Magariños
de Morentin, J., 1996: 260) por registrar
operaciones y no aplicar modelos, siendo
este último el caso, por ejemplo, del
análisis propuesto por Biederman.
Entiendo
por reconocimiento, en este trabajo, la
operación perceptual de integrar la
mínima cantidad de marcas necesaria para
activar un atractor, o sea, para producir
una representación. En esta operación
se plantea la exigencia de establecer
qué se entiende por
representación5 , ya
que este término se vincula, en el caso
de las imágenes visuales, con el
problema de la iconicidad. Aunque ésta
no es la oportunidad para profundizar una
respuesta, esbozo el criterio que permite
superar tal problema. Su eje está
constituido por las críticas que suscita
el concepto de semejanza o el de
isomorfismo (Eco, U., 1977: 325; Grupo ?,
1992: 124), cuando se considera a la
imagen como algo comparable con
determinada entidad real o
imaginariamente existente y perceptible.
Esta crítica supone un concepto muy
limitado de ícono. Ubicándolo en una
dimensión más amplia, como puede ser el
criterio seguido por Ch.S.Peirce, el
ícono como representación de la
existencia es sólo una de las
posibilidades del signo icónico, aquella
a la que Peirce denomina sinsigno
icónico o segundo
correlato. Pero también es posible
que el ícono represente una cualidad
(por ejemplo, cromático/textural, como
puede ser el caso de la pintura
concreta), posibilidad a la que Peirce
denomina cualisigno icónico
o primer correlato. O
también es posible que el ícono
represente un valor convencional (por
ejemplo, la escritura o un diagrama o la
gráfica de una proyección
estadística), representación a la que
Peirce denomina legisigno
icónico o quinto
correlato (Peirce, Ch.S.,
1965/1931: 2.235ss y 8.341). Con este
enfoque ampliado, la operación de
reconocimiento se cumplirá cuando, a
partir de la integración de una cantidad
mínima de marcas, se active el atractor
correspondiente a una entidad existencial
(reconocimiento, por ejemplo, de un
mínimo de marcas que ya constituyen un
rostro o una mano o un teléfono, etc.;
ver Figura
4-C), o el
atractor correspondiente a una cualidad
(reconocimiento, por ejemplo de un
mínimo de marcas que ya constituyen una
determinada variación tonal del azul o
un determinado entrecruzamiento de
líneas de determinada inclinación,
intersección y/o tangencia, etc.) o el
atractor correspondiente a un valor
convencional (reconocimiento, por
ejemplo, del mínimo de marcas que ya
constituyen una determinada letra o
número o red o árbol de dependencias,
etc.).
Finalmente,
entiendo por interpretación, en este
trabajo, la operación
perceptual-conceptual por la que el
resultado de la operación de
reconocimiento se articula en el sistema
cultural de quien lo percibe. Sólo las
dos primeras operaciones se cumplen
mediante relaciones exclusivamente
visuales o gráficas (o sea, con
exclusiva intervención de las
componentes visuales o gráficas de la
cultura del perceptor), por lo que son
las específicas a una metasemiótica
visual y deben resolverse en este
específico ámbito semiótico. En la
operación de interpretación confluyen
componentes de las distintas semiosis de
que dispone el perceptor:
fundamentalmente de la semiosis visual
(valor diferencial respecto de otras
propuestas perceptuales que provocan
otros reconocimientos), pero también de
la semiosis verbal (traducibilidad del
reconocimiento en estudio a un discurso
histórico, narrativo, poético, etc.),
así como de la semiosis musical, etc.
3.
Las imágenes (caricaturas)
de las historietas
Las
imágenes de las historietas pueden
encuadrarse, en principio y por lo
general, en las que, en la propuesta
peirceana, se han caracterizado como
sinsignos icónicos, o sea, aquellas cuyo
atractor está constituido por la imagen
mental de entidades existenciales u
objetos semióticos y de sus actitudes y
comportamientos.
La
operación de reconocimiento integra las
marcas que constituyen a tales imágenes
produciendo determinada transformación
retórica respecto del reconocimiento
producido por otras imágenes gráficas
que preservan, en mayor medida, el
resultado de la percepción visual de los
correspondientes objetos semióticos. Con
esto sitúo a la retórica gráfica como
una transformación entre imágenes y no
entre la imagen en estudio y el objeto
percibido. En distintos momentos de una
cultura o en distintas culturas existen
conjuntos de imágenes que la sociedad
correspondiente considera como más
próximas a sus modos de percibir (con
mayor potencia para activar determinado
atractor). Esto constituiría un grado
cero de la imagen; no, por supuesto, un
cero absoluto o universal, sino un cero
(en cuanto lo menos modificado) en
relación con la cultura a la que
pertenecen la imagen, por un lado, y el
perceptor, por otro. A partir de la
identificación de las marcas y del
resultado del reconocimiento que operan
en la producción y percepción de tales
imágenes de grado cero (en nuestra
coyuntura, quizá especialmente
vinculadas a la fotografía de objetivo
limpio, sin filtros ni trucaje), se
produce, diferencialmente, la
identificación y el reconocimiento de
las imágenes retóricamente
transformadas que pueden denominarse
genéricamente caricaturas y
que constituyen la propuesta de
experiencia perceptual de las
historietas. Son sólo una de las formas
posibles de retorización de las
imágenes gráficas; es evidente que
Escher, Magritte o Picasso entre otros
muchos (cada creador de imágenes,
respecto de las imágenes que le
precedieron o que le son contemporáneas)
también retorizan el grado cero de la
imaginería gráfica de su época.
Las
historietas que tengo en cuenta en este
trabajo son las gráficamente
humorísticas. En un caso, la
correspondiente a la Figura 1, la
producción del humor visual se completa
mediante la concurrencia de las semiosis
gráfica y verbal, no siendo suficiente,
por sí sola, ninguna de tales semiosis
para la producción del humor. En el
otro, la correspondiente a la Figura 3, el
humor se logra plenamente mediante la
exclusiva presencia de la imagen visual.
En ambos casos, estas imágenes proponen
una experiencia perceptual que retoriza a
las imágenes mnemónicas originadas en
la experiencia visual de otras imágenes
afines, convencionalmente aceptadas como
no modificadas.
La
historieta de Quino, en la Figura 1, es
una excelente representación gráfica y
muy oportuna utilización humorística de
los conceptos de marca y atractor aquí
desarrollados: la simple curva que el
personaje encuentra en el suelo es una
marca, respecto de la cual se pregunta
por cuál es el atractor que corresponde
actualizar: si el significante simbólico
del dinero o la luz trasera dañada del
automóvil, hasta que tiene que aceptar
que dicha marca pertenecía al atractor
constituido por el recuerdo de una parte
de la anatomía de la amiguita de su
hija.
La
Figura
2 muestra cómo
de un repertorio hipotético de marcas
pueden originarse diversas entidades,
determinantes o determinados según la
terminología del Grupo ? (1992: 149ss),
que son la materialización, en imagen
gráfica, de los correspondientes
atractores mnemónicamente disponibles.
Las integraciones realizadas, en esta Figura 2, no
agotan la posibilidad de producir otras
entidades, según la exploración de su
memoria que realice el experimentador en
busca de otros atractores. Es la tarea a
la que se aboca el personaje de Quino en
la historieta de la Figura 1.
De
la Figura
3 he tomado la
última viñeta para realizar una tarea
inversa a la anterior y que es la que
más puede tener relación con el
análisis metasemiótico de la imagen
gráfica. Inductivamente, en la Figura 4-B, he
ido seleccionando las marcas con las que
estaban construidas las dos imágenes que
componen dicha viñeta, como puede
comprobarse mediante las indicaciones
numéricas de la Figura 4-A. O
sea, he identificado los máximos
conjuntos de rasgos gráficos que,
todavía, no actualizaban ningún
atractor. Ninguna de las 39 marcas
identificadas, en la Figura 4-B,
evoca alguna imagen reconocible, que es
lo que ocurriría si se le agregase
cualquier otro de los rasgos, adyacentes
a las marcas identificadas, utilizados
por Caloi. En cambio, los ocho conjuntos
construidos en la Figura 4-C ya
pueden reconocerse, por ser referibles a
concretos atractores. Esta
correspondencia con atractores
mnemónicos procedentes de experiencias
visuales precedentemente mantenidas con
otras imágenes gráficas o con la
percepción y reconocimiento de objetos
(semióticos), tiene sentido en este caso
por pertenecer las historietas a la
categoría de sinsignos icónicos y tener
por tanto como referente a entidades
existenciales, a sus actitudes y a sus
comportamientos.
La
operación de interpretación no está
mostrada en este desarrollo gráfico,
justamente por excederlo y requerir el
establecimiento de conexiones
intersemióticas con otros sectores de la
cultura del perceptor. Es lo que se
cumple en la mayoría de los ensayos
acerca de la historieta y de otras
manifestaciones plásticas. No se da
cuenta aquí acerca de cómo han sido
construidas estas historietas, ni del
proceso mental que nos permite
identificar, a partir de determinados
trazos gráficos, a personajes y
situaciones de la experiencia de
cualquier perceptor. Las operaciones
metasemióticas de identificación y de
reconocimiento nos exigen enfrentar una
seria tarea de investigación. La
operación de interpretación es,
simplemente, la que logra hacernos
sonreir.
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NOTAS
1 El presente trabajo ha sido
publicado en Óscar Quezada Macchiavello
(editor), Fronteras de la semiótica.
Homenaje a Desiderio Blanco. Perú:
Universidad de Lima-Fondo de Cultura
Económica, 1999.
2 En otro trabajo (Magariños,
1997) justifiqué el empleo de este
término para designar al conjunto de las
imágenes mentales; no es el sentido
habitual que tiene
"imaginería" en castellano, ya
que se refiere preferentemente a la
materialidad de la estatuaria religiosa
artesanal pero, en el contexto del
presente trabajo, se le propone este
sesgo de representación mental y
del conjunto de operaciones que
intervienen en la producción e
interpretación de la imagen.
3 Sin tomar, por ahora, posición
en cuanto a las dos tesis en pugna:
dualista y monista (Rastier, F., 1991:
34ss; King, Ch., 1996: 179ss).
4 Entiendo, en este trabajo, por atractor
la imagen mental, almacenada en la
memoria corta o larga, que resulta
activada por los rasgos componentes de
determinada percepción visual, de modo
tal que no puede haber identificación ni
reconocimiento (en el sentido de las
operaciones que estoy definiendo) de
algún perceptum sin la existencia
de algún atractor que lo especifique y
diferencie.
5 "La
representación": término
demasiado amplio. Se necesitarían
nombres distintos para designar
relaciones diferentes a las que se
incluye bajo este mismo término. A nivel
cognitivo, podrían diferenciarse, al
menos y en principio: (a) una
representación perceptual o sea lo
que uno ve del mundo, en un momento
determinado, en forma directa; (b)
una forma que conocía (registrada en la
memoria) y en virtud de cuyo conocimiento
puede reconocer la que percibe (lo que,
aquí, denomino "atractor");
(c) el proceso mediante el cual una
forma, mnemónicamente presente (el
mencionado atractor), está en el lugar
de otra forma ya conocida (en cuanto ya
percibida) o que se está percibiendo;
(d) una imagen material que se le
presenta a alguien y que contiene una
forma que puede reconocer; (e) una forma
que conocía y en virtud de cuyo
conocimiento puede reconocer la que se le
presenta mediante una imagen material;
(f) el proceso mediante el cual una
forma, presente en una imagen material,
está en el lugar de una forma ya
conocida (en cuanto ya percibida) o que
se está percibiendo.